lunes, 4 de junio de 2012

Cuentos en verso para niños perversos

Os dejo aqui un cuento de los muchos que hay en el libro que escogimos para hacer el teatro:

La Cenicienta
LA CENICIENTA

<<¡Si ya nos la sabemos de

memoria!>>, diréis. Y, sin embargo, de

esta historia tenéis una versión

falsificada, rosada, tonta, cursi,

azucarada, que alguien con la mollera

un poco rancia consideró mejor para la

infancia…

El lío se organiza en el momento en que

las Hermanastras de este cuento se

marchan a Palacio y la pequeña se

queda en la bodega a partir leña. Allí

entre ratones llora y gruta, golpea la

pared, se desgañita: <<¡Quiero salir de

aquí! ¡Malditas brujas! ¡¡Os arrancaré el

moño por granujas!!>>. Y así hasta que

por fin asoma el Hada por el encierro en

el que está su ahijada. <<¿Qué puedo

hacer por ti, Ceny querida? ¿Por qué

gritas así? ¿Tan mala vida te dan esas

lechuzas?>>. <<¡Frita estoy porque

ellas van al baile y yo no voy!>>. La

chica patalea furibunda:

<<¡Pues yo también iré a esa fiesta

inmunda! ¡Quiero un traje de noche, un

paje, un coche, zapatos de charol,

sortija, broche, pendientes de coral,

pantys de seda y aromas de Paris para

que pueda enamorar al Príncipe en

seguida con mi belleza fina y

distinguida!>>. Y dicho y hecho, al

punto Cenicienta, en menos de tiempo

del que aquí se cuenta, se personó en

Palacio, en plena disco, dejando a sus

rivales hechas cisco.

Con Cecy bailó el Príncipe rocks miles

tomándola en sus brazos varoniles y ella

se le abrazó con tal vigor que allí perdió

su Alteza su valor, y mientras la miró no

fue posible que le dijera cosa inteligible.

Al dar las doce Ceny pensó: <<Nena,

como no corras las hemos hecho

buena>>, y el Príncipe gritó: <<¡No me

abandones!>>, mientras se le agarraba

a los riñones, y ella tirando y él hecho

un pelmazo hasta que el traje se hizo

mil pedazos. La pobre se escapó medio
en camisa, pero perdió un zapato con la

prisa. El Príncipe, embobado, lo tomó y

ante la Corte entera declaró: <<¡La

dueña del pie que entre en el zapato

será mi dulce esposa, o yo me

mato!>>. Después, como era un poco

despistado, dejó en una bandeja el

chanclo amado. Una Hermanastra dijo:

<<¡Esta es la mía!>>, y, en vista de

que nadie la veía, pescó el zapato, lo

tiró al retrete y lo escamoteó en un

periquete. En su lugar,

disimuladamente, dejó su zapatilla

maloliente.

En cuanto salió el Sol, salió su Alteza

por la ciudad con toda ligereza en busca

de la dueña de la prenda. De casa en

casa fue, de tienda en tienda, e hicieron

cola muchas damiselas sin resultado.

Aquella vil chinela. Incómoda, pestífera

y chotuna, no le sentaba bien a dama

alguna. Así hasta que fue el turno de la

casa de Cenicienta… <<¡Pasa, Alteza,

pasa!>>, dijeron las perversas

Hermanastras y, tras guiñar un ojo a la

Madrastra, se puso la de más cara de

cerdo su propia zapatilla en el pie

izquierdo. El Príncipe dio un grito,

horrorizado, pero ella gritó más: <<¡Ha

entrado! ¡Ha entrado! ¡Seré tu dulce

esposa!>>. <<¡Un cuerno frito!>>.

<<¡Has dado tu palabra, Principito,

precioso mío!>>. <<¿Si? –rugió su

Alteza. – ¡Ordeno que le corten la

cabeza!>>. Se la cortaron de un único

tajo y el Príncipe se dijo: <<Buen

trabajo. Así no está tan fea>>. De

inmediato gritó la otra Hermanastra:

<<¡Mi zapato! ¡Dejad que lo

pruebe!>>. <<¡Prueba esto!>>, bramó

su Alteza Real con muy mal gesto y,

echando mano de su

real espada le descocorotó de una

estocada; cayó la cabezota en la

moqueta, dio un par de botes y se

quedó quieta…

En la cocina Cenicienta estaba

quitándoles las vainas a unas habas

cuando escuchó los botes –pam, pam,

pam– del coco de su hermana en el
zaguán, así que se asomó desde la

puerta y preguntó: <<¿Tan pronto y ya

despierta?>>. El Príncipe dio un salto:

<<¡Otro melón!>>, y a Ceny le dio un

vuelco el corazón. <<¡Caray! –pensó–

¡Qué bárbara su alteza! Con ese yo no

me juego la cabeza… ¡Pero si esta

completamente loco!>>. Y cuando gritó

el Príncipe: <<¡Ese coco! ¡Cortádselo

ahora mismo!>>, en la cocina brilló la

vara del Hada Madrina. <<¡Pídeme lo

que quieras, Cenicienta, que tus deseos

corren de mi cuenta!>>. <<¡Hada

Madrina –suplicó la ahijada–, no quiero

ya ni príncipes ni nada que pueda

parecérseles! Ya he sido Princesa por un

día. Ahora te pido quizás algo más difícil

e infrecuente: un compañero honrado y

buena gente. ¿Podrás encontrar uno

para mí, Madrina amada? Yo lo quiero

así…>>

Y en menos tiempo del que aquí se

cuenta se descubrió de pronto

Cenicienta a salvo de su Príncipe y

casada con un señor que hacia

mermelada. Y, como fueron ambos

felices, nos dieron con el tarro en las

narices.

Ilustradores:
Quentin Blake
Colección:
Biblioteca Roald Dahl
Publicación:
14/01/2009
Género:
Novela
Edad:
A partir de 8 años

1 comentario:

  1. Hola leticia!
    Solo decir que me encantaron todos los cuentos del libro que escogimos para el teatro de literatura y el que as puesto en tu blog uno de los mejores.

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